Una Paseo por la Avenida de la Constitución (Parte 3): El Proyecto de Casa Lonja

Continuando con nuestro paseo por la Avenida de la Constitución en dirección a la Plaza de San Francisco, una vez que hemos pasado la primera manzana, a mano derecha nos encontramos con un edificio muy singular.

Parece que no es de Sevilla.

Su fachada es un tanto fría. No guarda relación con el resto de la Avenida. Incluso no está alineado con ésta.

Está hecho con piedra y ladrillo, parece de estilo renacentista, pero no lo es. Es que es renacentista. Auténtico; del bueno; original del siglo XVI. Otra joya de la arquitectura.

Otra característica de este edificio es lo confuso de su nombre.

Algunos libros se refieren a él como Casa Lonja, mientras que otros lo nombran como Archivo de Indias, tal y como lo conocemos los sevillanos. En su frontispicio se lee “Archivo General de Indias”. Su historia, íntimamente ligada a la de la ciudad de Sevilla, es la siguiente:

Historia del Archivo de Indias

Durante la baja edad media, una vez que el reino de Castilla conquista la ciudad, su puerto se convierte en escala de las rutas comerciales que unen el mar Mediterráneo con el océano Atlántico.

El puerto de Sevilla era idóneo porque se encontraba a medio camino entre el de Lisboa y el de Valencia. Los barcos mercantes en aquella época eran poco menos que cascarones de madera con velas que transportaban hasta un máximo de 40 toneles de mercancías.

Para atracar necesitaban un puerto seguro, pues eran frecuentes los asaltos por flotas del norte de Europa o berberiscas. Cádiz aún estaba sin proteger. Sevilla, a pesar de que para remontar el río había que hacerlo a remo durante muchos kilómetros, proporcionaba seguridad al comercio.

En época de los musulmanes aparecieron los vikingos en un par de ocasiones. Era improbable una nueva incursión.

La economía de la ciudad florecía y ganaba en población e importancia.

Sevilla ya era la ciudad más grande del reino de Castilla.

Los comerciantes de estos géneros que venían del exterior (paño de Flandes, especias de Venecia, oro y piedras preciosas de Lisboa, perfumes de Génova, semillas de la Pisa, lana de Castilla, tintes de Marruecos…) recibían el nombre de “cargadores”, porque compraban los barriles que llegaban de productos a un precio y los vendían a otro, generalmente, más caro.

Estos comerciantes ordenaban que se cargasen los barriles en los barcos que iban a zarpar. También aparecieron otros personajes asociados a esta actividad: los financieros. Prestaban crédito a los cargadores para adquirir mercancía.

Generalmente, eran extranjeros y residían en calles según su procedencia: Génova, Alemanes, Francos, Vizcaínos, Gallegos, Catalanes…

Además, había que documentar los tratos. Era necesario un escribiente y un testigo, para elevar a público el contrato.

A ello había que unir un funcionario de la Hacienda Real que verificaba que se pagaban los tributos que gravaban el comercio exterior.

El negocio empleaba a mucha gente. Sevilla era una de las ciudades más florecientes de Europa.

Puerto de Sevilla en el siglo XVI.

La profesión de cargador se ejercía a riesgo.

Una tempestad, un asalto, una guerra, una incautación o cualquier otra calamidad podía hacer que se perdiese la mercancía y, por tanto, el dinero invertido y su beneficio. Eran frecuentes las quiebras, tanto de cargadores como de financieros.

Había que rezar mucho y afinar enormemente los tratos para que saliesen bien.

Todos estos negocios se hacían en la calle, en una lonja de tenderetes ubicados en las gradas de la Catedral, por la parte que ahora ocupa la capilla del Sagrario, que se construyó después.

Ocupaba esta lonja la esquina de la Catedral, entonces en obras, que daba a las calles Génova y Alemanes.

Por aquí pasó Cristóbal Colón a mediados de 1485 buscando financiación para su viaje exploratorio.

Casa de Contratación de Indias

Una vez se descubrió América, en 1503 se estableció en Sevilla la Casa de Contratación de Indias.

Primero en las Atarazanas, para pasar después a unos edificios edificados específicamente para esta institución en la Plaza de la Contratación, en terrenos que formaban parte del Alcázar.

Aquí estaba también desde antiguo el Almirantazgo de Castilla, por lo que su ubicación era idónea.

Igual que había hecho el reino de Portugal, Castilla declaró el comercio con las Indias Occidentales como monopolio de la Corona.

El Estado participaba del comercio con las Indias en todas las expediciones que se hiciesen, tanto económicamente, como en su organización.

Aunque delegaba en los cargadores toda la parte ejecutiva del proceso. Todos los barcos que saliesen o volviesen de las Indias Occidentales debían salir exclusivamente del puerto de Sevilla, que es donde la Corona tenía establecido el control.

Esta nueva vía de comercio hizo que se multiplicase el número de cargadores y profesionales asociados al comercio exterior. Trigo, galletas, vino, aceite, camisas, zapatos, armas blancas o de fuego, agujas, espejos, sal… se enviaba a América a cambio de metales preciosos.

Con el paso de los años, la lonja de las gradas de la Catedral se quedaron pequeñas y los cargadores comenzaron a invadir el Patio de los Naranjos, que está muy próximo.

El Cabildo de la Catedral comenzó a quejarse por la invasión que no les dejaba ningún beneficio.

La gota que colmó el vaso ocurrió con ocasión de las lluvias torrenciales de 1519.

Los cargadores invadieron el templo.

El arzobispo encargó al tallista francés Michel Perrin, que trabajaba en las obras de la Catedral, un bajorrelieve sobre el pasaje bíblico de la expulsión de los mercaderes del templo.

Lo colocó en 1520 sobre el arco de herradura de la Puerta del Perdón de acceso al Patio de los Naranjos, en la calle Alemanes, para que se viese bien, donde aún permanece.

Puerta del Perdón. Patio de los Naranjos. Catedral de Sevilla.

Esta situación incómoda se mantuvo en el tiempo hasta que en el año 1570 el rey Felipe II visitó Sevilla.

La ciudad había crecido enormemente. Con motivo del comercio con las Indias, se había asentado una población cosmopolita, procedente de todos los rincones de Europa.

El monarca fue sensible a la petición, por una parte, del arzobispo de Sevilla, Cristóbal de Rojas y Sandoval, y por otra del Consulado de Cargadores a Indias, que reclamaba un local digno donde ejercer sus actividades.

El rey Felipe II le tenía gran aprecio a la ciudad de Sevilla...

Era, junto con Nápoles, la ciudad más grande del Imperio en el que nunca se ponía el sol. Junto a París, eran las tres ciudades más grandes de Europa.

En aquella época, Roma era mucho más pequeña. Pesaba en el ánimo del rey las palabras que de niño escuchaba a su madre, Isabel de Portugal, contando cómo había conocido a su marido en el Alcázar y el tórrido romance que habían vivido a continuación entre sus paredes.

Ni siquiera pudieron esperar a la fecha de la boda, que ya estaba fijada, para consumar el matrimonio. Se casaron por poderes inmediatamente y pasaron una feliz luna de miel en Sevilla.

Estando Felipe II en Córdoba, tras sofocar la rebelión de los moriscos, no perdió la ocasión de visitar la gran urbe.

Retrato de Felipe II.

El 1 de mayo de 1570, Felipe II entró Sevilla por primera y última vez en su vida.

La ciudad se había engalanado para recibirlo. Toda la decoración era de inspiración romana.

Se presentaba Sevilla así como la Nova Roma, capital del mundo.

Procedente de Córdoba, en vez de entrar por la Puerta de la Macarena, como tradicionalmente hacían los reyes, Felipe II lo hizo por la entonces Puerta de Goles.

A partir de entonces pasó a llamarse Puerta Real.

Se realzaba así la importancia del río y del puerto, a la vez que se buscaba un trayecto por calles de mayor anchura hasta el Alcázar.

En la ciudad ya no mandaban los comerciantes de la calle Feria.

Tenían el poder los cargadores del Consulado.

Fueron ellos los que, en tan sólo 15 días, programaron y prepararon el recorrido de la comitiva real.

El cronista real Juan de Mal Lara recogió con detalle el evento para los anales.

El rey embarcó a la altura de San Jerónimo y, antes de entrar en Sevilla, pasó revista a la flota atracada en el puerto.

Cientos de arcabuceros, cañones y fuegos de artificio hacían un ruido ensordecedor disparando al unísono desde las orillas del Guadalquivir, mientras una multitud enfervorecida vitoreaba al paso de la galera real. Bandas de cornetas y tambores amenizaban la escena.

Asistió aquí a una competición de remo.

Si tuviésemos un departamento de marketing en condiciones, podríamos considerar esta la primera Regata Sevilla-Betis. A estas alturas, en Oxford y en Cambridge estaban cuidando ganado.

Al atravesar la Puerta de Goles, que había sido tapada con la construcción efímera de un arco del triunfo de inspiración romana, Felipe II juró los fueros y se le entregaron las llaves de la ciudad.

Conmovió al rey las representaciones en el arco de su padre y sus abuelos ataviados como emperadores romanos, entre los dioses Hércules y Betis.

La comitiva real se internó en la ciudad por la calle de las Armas (actual calle Alfonso XII), pasando por la Plaza del Duque, Sierpes y Plaza de San Francisco, donde revistó a los caballeros veinticuatro.

Prosiguió la comitiva por la calle Génova hasta Alemanes.

Se dispuso en el recorrido otro arco efímero, pero esta vez con representaciones de los santos de la ciudad: Fernando III, San Isidoro, San Leandro, San Hermenegildo, Recaredo y las santas Justa y Rufina.

Coronaba este arco la inscripción SPQH. Senatus Populosque Hispalensis.

Nobleza, mercaderes y pueblo llano salieron entusiastas con sus mejores galas a recibir al rey.

Los rufianes hacían su agosto desvalijando a los desprevenidos en el bullicio. Entre cantes, reales y maravedíes fluían por las tabernas.

Sólo Sevilla sabe organizar así este tipo de eventos.

Cuadro representando la entrada de Felipe II en la Catedral de Sevilla. Joaquín Turina. Siglo XIX.

Entró Felipe II en la Catedral, precisamente, por la Puerta del Perdón.

Fue recibido por el Cabildo catedralicio en el Patio de los Naranjos. Después de escuchar misa ante la Virgen de los Reyes (per me reges regnam) y admirarse de la inmensa catedral gótica, revisó las obras de la Capilla Real, que llevaban muchos años sin terminarse.

Dio instrucciones para que aligerase. Sus antepasados merecían un sepulcro digno. Pasó entonces a las dependencias reales del Alcázar, donde instaló su oficina y empezó a trabajar hasta altas horas de la madrugada.

Departió con sus secretarios: Gabriel de Zayas y Antonio Pérez. Una vez pacificada Andalucía, requerían su completa atención los asuntos del Turco y Flandes.

Felipe II tenía tres características fundamentales.

Siempre vestía de negro, era un adicto al trabajo y un coleccionista compulsivo de reliquias de los santos.

Puso de moda el color negro en todas las cortes europeas. Llevaba la supervisión personal y directa de los asuntos de Estado.

Su inmensa colección de reliquias se desplazaba siempre con él.

Se le conoció como el rey prudente.

Estando en Sevilla y viudo sin heredero directo vivo al trono, contrajo por poderes el 4 de mayo su cuarto matrimonio, esta vez con Ana de Austria, aunque la nueva reina tardó varios meses en llegar a España.

Durante su estancia, La Muy Noble, Leal e Invicta (lo de Mariana vino después) ciudad de Sevilla le hizo la pelota al rey prudente y su corte todo lo que pudo, o supo.

El cuerpo de embajadores internacionales, los duques de Alba, Vélez, Mondéjar, Lerma, Medinaceli, la princesa de Éboli, Juan de Austria, Luis de Zúñiga, Alejandro Farnesio, Benito Arias Montano, Juan de Mal Lara, Bartolomé Frías de Albornoz, Bernardo Pérez de Vargas, Juan Ruiz de Angulo, Fray Bernardo de Fresneda, el cardenal Espinosa de los Monteros, Sánchez Coelho, Pompeo Leoni, Jacopo da Trezzo, Juanelo Turriano, Geert van Turnhout, etc, etc, estuvieron casi un mes instalados en el Alcázar y aledaños.

Durante estos días sí que fue Sevilla la Nova Roma: la capital mercantil, militar, científica y administrativa del mundo.

La sociedad sevillana organizó una serie de actos culturales que amenizó la estancia de la corte en la ciudad. Entre ellos, los jesuitas representaron una obra de teatro alabando al rey en su lucha contra el islamismo: “In adventu Regis”.

Y Felipe II supo corresponder. Dios lo tenga en su Gloria.

Durante su reinado, entre 1556 y 1598, se terminó de construir la Capilla Real de la Catedral, el campanario de la Giralda, se construyó la Casa de la Moneda, la Audiencia de la Plaza de San Francisco, se urbanizó la Alameda de Hércules y se procedió a la reorganización de los hospitales existentes, que cambió la fisonomía de algunas calles.

Se asentaron los jesuitas en la Casa Profesa de la Anunciación en la calle Laraña.

Se fundaron numerosos conventos, entre los que podemos ver actualmente, las carmelitas de la calle Santa Ana, San José de Las Teresas, los calzados de la Virgen de los Remedios y el convento de las mínimas de Triana.

También se fundaron y construyeron en estos años el convento dominico de Montesión, el convento franciscano de San Antonio de Padua, el convento de las agustinas de la Virgen de la Paz y su anexo Hospital de la Paz, hoy residencia de ancianos de San Juan de Dios en la plaza del Salvador.

Hospital de San Juan de Dios. Plaza del Salvador.

Los principales artistas españoles habían viajado a Italia y se habían empapado de la cultura renacentista imperante en el momento.

Como hemos visto, la corona y las instituciones de la Iglesia fueron los grandes mecenas y promotores de esta época.

En las bibliotecas de los monasterios españoles se guardaban como verdaderos tesoros los tratados de arquitectura italianos, especialmente los de Sebastiano Serlio.

Existían también en estas bibliotecas y en manos de los propios artistas obras teóricas de Vignola, Vitrubio, Leon Battista Alberti y Palladio.

Los arquitectos, ingenieros, matemáticos, escultores y pintores españoles estaban al día de la vanguardia en sus respectivas disciplinas.

Esta forma de entender el trabajo se conoció como Renacimiento a la “maniera” italiana. O, simplemente, Manierismo.

Felipe II encargó al mismo equipo de arquitectos reales que estaban acabando su espectacular palacio en San Jerónimo de El Escorial las trazas para la construcción de un edificio para Casa Lonja de Mercaderes en Sevilla.

Construcción de la Casa Lonja de Mercaderes: Juan de Herrera

Juan Bautista de Toledo, que se había formado en Roma con Sangallo y Miguel Ángel había fallecido un par de años antes. Le sucedió en el cargo Juan de Herrera, que también se había formado en Italia.

Juan de Herrera había formado parte de la corte de Felipe II desde cuando éste era príncipe.

Estuvo en Flandes, Alemania e Italia con él. Después se enroló en el ejército como arcabucero a caballo. Participó en las campañas de Piamonte y Flandes, donde destacó su buen hacer.

Aprovechó estas estancias para tomar contacto con los matemáticos, ingenieros y arquitectos de estas tierras, de los que fue aprendiendo de forma autodidacta.

Fue reclamado para formar parte de la guardia personal del emperador Carlos V. Una vez retirado éste, y dado que ya tenía fama en la corte de buen matemático y astrónomo, le encomendaron que le diese clases al único hijo de Felipe II, el infante Carlos.

Debido a que sus padres eran parientes, el príncipe de Asturias había nacido con deficiencias y muy mala salud.

Además, tuvo un traumatismo en la cabeza al caerse por unas escaleras y los médicos reales le realizaron una trepanación que le dejó secuelas.

Impartirle matemáticas y geometría era una tarea inabarcable. Herrera tuvo que aplicar una paciencia y sensibilidad infinita. Hay trabajos que no están pagados.

El príncipe Carlos falleció en 1568 a los veintitrés años de edad, dejando al rey sin heredero.

Juan de Herrera pasó a trabajar entonces a tiempo completo en las obras del palacio de El Escorial.

Había fallecido Juan Bautista de Toledo, con el que venía colaborando, y le encargaron que se hiciese cargo de las obras.

Modificó el proyecto racionalizando la planta y los alzados.

Eliminó la decoración superflua y cambió las técnicas constructivas empleando las técnicas más modernas del momento.

En El Escorial se llevó el seguimiento económico y constructivo de la obra, dando lugar a la aparición de la profesión de aparejador.

La obra de El Escorial se considera la cumbre del Renacimiento en España. En arquitectura se conoce como “estilo herreriano”.

Monasterio de San Jerónimo de El Escorial. Patio de los Evangelistas.

Siendo el arquitecto de confianza de Felipe II, éste le encargó en aquellos años los planos de cuatro edificios de relevancia: el Archivo General de Simancas, el Alcázar de Toledo, la Casa de la Moneda de Segovia y la Casa Lonja de Sevilla.

Para ésta, el programa funcional que le pide la corona es proyectar un nuevo edificio adecuado para el desarrollo de las actividades mercantiles asociadas al gremio de Cargadores a Indias.

Además, debía ser un edificio de vanguardia que reflejase, tanto el poder del Consulado de cargadores, como el de la Corona.

En definitiva, un edificio acorde al prestigio de la ciudad de Sevilla con un fuerte componente emblemático y simbólico.

El primer problema consistía en encontrar el solar en el que se construyese el edificio.

Hasta dos años después de la visita de Felipe II no se eligió la ubicación definitiva.

Se eligió una parcela al sur de la Catedral en la que el Cabildo catedralicio era propietario de algunas casas, de las que se podía disponer inmediatamente.

La corona tenía aquí unos almacenes asociados a las Herrerías Reales y la Fábrica de la Moneda, que también estaban disponibles, aunque aún estaban en uso.

El resto de la manzana la ocupaba el Hospital de Las Tablas y algunas casas particulares.

El siguiente escollo era el económico.

La Real Cédula establecía que el Consulado tenía que hacerse cargo al completo de los gastos.

En primer lugar, tenía que pagar las indemnizaciones por las expropiaciones necesarias en el solar. Compensó en metálico a particulares, al Cabildo y a la Corona.

Con el levantamiento de la parcela definitiva, por orden del rey, Juan de Herrera comenzó en 1573 a trazar los planos de plantas y alzados del nuevo edificio.

Hay un refrán español que dice “las obras de palacio van despacio”.

Para que la Casa de la Moneda se trasladase definitivamente, hubo que esperar a que las nuevas dependencias en el Baluarte del Arenal estuviesen terminadas, lo cual se demoró durante varios años.

Además, para financiar la construcción de la Casa Lonja, el Consulado tenía que establecer un impuesto a las transacciones comerciales que se gestionaban.

Los mercaderes remolonearon intentando que otra institución se hiciese cargo de sufragar las obras, pero acabaron estableciendo esta contribución especial.

Todo este proceso duró varios años y no estuvo exento de problemas y presiones. Una de las pretensiones de los mercaderes es que se construyesen edificaciones anexas al nuevo edificio que rentasen en alquiler.

También pretendían que en el interior del edificio se incluyese la vivienda y las caballerizas del Cónsul.

Por si fallaba Juan de Herrera, el rey había encargado a la ciudad de Sevilla que otro arquitecto hiciese un proyecto alternativo.

Asensio de Maeda presentó unos planos de un edificio porticado de forma rectangular inspirado en la Bolsa de Amberes.

La característica más importante de este proyecto es que contemplaba un patio mudéjar en su interior con una fuente de agua.

Las columnas serían de mármol blanco igual que las que se pusieron en los patios del Alcázar.

Propuesta de Asensio de Maeda para Casa Lonja de Sevilla. Sección Longitudinal.

El 8 de septiembre de 1579 se reunió en la corte la Comisión formada por el presidente del Consejo de Castilla, el Conde de Olivares, el licenciado Gamboa y el doctor Santillán.

Envían al rey los informes técnicos para que elija entre los dos proyectos.

Resultó ganador del “concurso restringido” el de Herrera. El rey prudente eligió el proyecto más representativo y de mayor calidad.

“…en este edificio de esta lonja todo lo que es la parte de fuera que son quatro delanteras an de quedar libres y desembaraçadas siempre de manera que ninguna cosa de cualquier calidad que sea se arrime a ellas porque no les quite la vista y aspecto que a de tener el dicho edificio porque todo el a de por fuera en isla y desembaraçado por todas partes como se ven en el disegno de el…”

Juan de Herrera sólo estuvo una vez en Sevilla.

Lo hizo en 1570 preparando la visita del rey a la ciudad, por lo que conocía la zona.

Lo más lógico sería que hubiese alineado el nuevo edificio con la fachada de la Catedral; sin embargo, Herrera inserta el bloque cúbico de forma autónoma alineándolo con el lienzo de muralla que existía en la calle Santo Tomás y con el Colegio de los Dominicos, abriendo un espacio libre de forma irregular en su fachada norte y potenciando la gran plaza que da al Alcázar.

Las cuatro caras del cubo son idénticas, reforzando así el carácter de insularidad buscado en el proyecto.

A nivel urbano, se potencia el eje que conecta el puerto de Sevilla con la Aduana, el Postigo del Carbón, la Casa de la Moneda y el Alcázar.

Esta era la ruta que seguía el oro americano en la ciudad cuando se desembarcaba de la Flota de Indias.

Plano del Asistente Olavide de 1771.

Hasta el 11 de junio de 1582 no se estableció la forma definitiva del “repartimiento” de las contribuciones de los mercaderes para la financiación del edificio.

En esta fecha se firmó la Cédula Real que ordenaba el inicio de las obras. A los pocos días comenzó la piqueta a actuar demoliendo lentamente las edificaciones existentes en esta manzana para dejarla totalmente libre.

Los albañiles de la piqueta no sospechaban que estaban iniciando lo que se convertiría en una tradición sevillana que perduraría durante siglos.

Se encargó la Dirección de la Obra a los mejores profesionales del reino en su tiempo: el equipo técnico que llevaba las obras del Palacio de Carlos V en Granada.

Juan de Minjares (maestro mayor) como arquitecto y Alonso de Vandelvira (aparejador) como arquitecto técnico.

Ambos siguieron fielmente los planos del proyecto de Juan de Herrera, que nunca llegó a visitar Sevilla con motivo de las obras de la Casa Lonja.

Aprovechando las necesarias labores para cimentar correctamente los muros de carga, se hizo algo muy inteligente.

Se proyectó un podio de piedra de varios escalones para asentar el edificio en un plano totalmente horizontal y protegerlo de las aguas de las repetidas inundaciones que se sufrían en la ciudad de Sevilla.

Este podio le daba un realce visual al edificio, ya que el peatón lo percibe desde la calle siempre mirando hacia arriba, efecto empleado en los templos clásicos.

Además, serviría para que los mercaderes pudiesen hacer sus tratos al aire libre sustituyendo a las gradas de la Catedral e impediría que se levantasen edificaciones anexas al nuevo edificio.

“El edificio, el más importante y de mayor envergadura de los que proyectó Juan de Herrera en el ámbito civil, está concebido como un bloque ambicioso, geométricamente regular, que ha sido ponderado como uno de los paradigmas del clasicismo renacentista español. Una magnificencia solemne y sobria en la ornamentación. La lonja aparece exenta, con sus cuatro frentes iguales abiertos a espacios amplios, rodeada de columnas y cadenas que simbolizan la jurisdicción real y elevada sobre gradas de cantería que a la vez que cumplen con el principio vitrubiano y después palladiano de singularización y separación física de la arquitectura en busca de su sentido monumental y emblemático. La elevación sobre gradas permite también la nivelación del terreno sobre el que se levanta el edificio ya que se trata de un solar cuya orografía mantiene la pendiente hacia el río.

Los alzados están organizados en dos plantas separadas por una cornisa y animadas por una secuencia de pilastras toscanas que se duplican para señalas los bloques del ángulo del edificio. En ellos se combina la piedra para los elementos estructurales y líneas compositivas del edificio, con el ladrillo rojo avitolado empleado en los rellenos paramentales. Este recurso ha sido entendido como proveniente de la arquitectura de la corte madrileña donde esta formula alcanzó un amplio y sostenido desarrollo, si bien pueden encontrarse otros ejemplos anteriores de esta dualidad material en Sevilla, alguno de ellos destacados, como la genial solución aportada por Hernán Ruiz el Joven para el campanario de la catedral, terminado en 1568 sobre el viejo alminar almohade de la Aljama. La continuidad rítmica de la fachada se mantiene en los cuatro frentes exceptuando los accesos que están singularizados por un tejaroz de piedra en lugar del rectángulo que aparece en el resto de huecos. En cada uno de los ángulos de la cornisa superior, coronada por una balaustrada pétrea con antepechos macizos y bolas, aparece un característico pináculo troncopiramidal de base cuadrada, que potencia el remate del edificio y que pese a haber sido juzgado como desproporcionado, ha mantenido trascendencia en la arquitectura posterior. Interiormente destaca un gran patio central en torno al que se distribuyen los espacios del claustro y logia en los que se organiza el edificio. En sus alzados, este patio guarda especial relación con el de los Evangelistas de El Escorial. Un espacio el del patio donde queda definitivamente consagrada la austeridad y solemnidad clasicista herreriana que ha sido elevada a la categoría de paradigma del purismo renacentista español.”

Pedro M. Martínez Lara

Independientemente de la descripción del edificio, de las que hay infinidad y para todos los gustos en los libros de arte y de arquitectura, lo más significativo del proyecto de Herrera, a mi entender, es su faceta filosófica.

Para el que quiera profundizar, el arquitecto Rafael Moneo tiene escrito un libro sobre esto. Intento resumirlo en varios párrafos.

La obra de Juan de Herrera se caracteriza por su horizontalidad, uniformidad compositiva, rigor geométrico, por los volúmenes limpios y la ausencia de decoración.

Comparte estos principios con la mejor arquitectura racionalista del siglo XX. Pero lo que la define en esencia es la geometría inspirada en el cubo.

Máquina de pensar de Raimundo Lulio.

El humanista mallorquín Raimundo Lulio estudió en el siglo XIV la relación de las figuras geométricas con la perfección, esto es: con Dios.

Para ello, analiza el orden natural, las criaturas y sus características atribuyendo a las relaciones entre ellos una figura geométrica, una cifra o una letra.

Con este abecedario, Lulio intentó crear un lenguaje universal que sirviese para explicar todo lo que acontece en la naturaleza.

Tuvo que escribir dos libros para explicarlo: Ars Brevis y Ars Magna. En sus obras aparece el cubo como la figura perfecta. Son los ladrillos con los que está construido el Universo.

A esta intuición medieval no le falta razón, puesto que el cubo es una de las formas geométricas en las que pueden combinarse los átomos.

El cálculo diferencial de superficies curvas se basa en la generación de pequeños cubos que se adicionan. El mundo moderno está fabricado con cubos combinados: unos y ceros.

Juan de Herrera, como humanista con amplia formación en varias disciplinas que era, conocía los escritos de Raimundo Lulio y se basó en ellos a la hora de elegir el módulo compositivo que utilizó en la Lonja.

Es más, proyectó el edificio como un cubo (el patio) dentro de otro cubo (el edificio).

Toda su planta y sus alzados están compuestos a base de combinaciones geométricas de cubos. Hoy en día nos parece normal, pues los arquitectos tenemos asumida la teoría del módulo y proyectamos utilizando módulos cuadrados.

Para entenderlo, como un Tetris en tres dimensiones.

Pero en el siglo XVI era una revolución.

Unos años antes, Leonardo da Vinci, basándose en los tratados de la romanidad, ya había defendido la dimensión humana del cubo y de la esfera como módulos idóneos para la generación de cuerpos. Famoso es su dibujo del hombre de Vitrubio.

Herrera fue más allá y escribió un libro, “Discurso de la figura cúbica”, en el que defendió las teorías del filósofo mallorquín: “el cubo puede ser la figura total, completa, capaz de abrazar y contener todo aquello ya explorado por Lulio”.

Plano original de la planta del edificio.

Dentro del cubo, como una combinación, está contenido el número de oro.

Pitágoras se dio cuenta de que un triángulo con una base de tres unidades y una altura de dos tenía una hipotenusa de cinco. La fachada de la Lonja de Sevilla combina un módulo de dos unidades en las esquinas, al que se le adiciona otra, para hacer tres, y en el medio se combinan cinco.

El número de oro. Estas operaciones se repiten en la planta. Dan Brown hubiese hecho una novela con esto.

El Patio de la Lonja

Sobre el patio de la Lonja también hay mucho escrito.

Es la plasmación en piedra del tratado de arquitectura de Andrea Palladio. Un trozo de Italia en Sevilla, la Nova Roma.

Sus antecedentes directos son dos: el patio de los Evangelistas del Monasterio de El Escorial y el convento de La Caritá de Venecia.

El primero es obra de Juan Bautista de Toledo y el segundo de Andrea Palladio. Ambos estaban fuertemente influenciados por Sangallo, que es el nexo que los conecta. En su estado original debemos imaginárnoslo sin las vidrieras que tienen en la actualidad.

La galería estaba totalmente abierta para que los mercaderes pudieran acceder al patio sin obstáculo alguno. Herrera lo había expresado así:

“...que en la parte de dentro asi en los altos como en los bajos se puedan libremente aprovechar no interrumpiendo el edificio en ninguna parte con atajo ni otra cosa ni alteralle en la forma que tiene en la traça la qual esta aprovada por su magestad y se entregara firmada por su mandato firmado de Juan de Herrera su arquitecto y aprovada de su palacio.”

Patio de la Casa Lonja de Sevilla.

Recuerdo a un catedrático de la Escuela de Arquitectura, en una clase magistral, referir que La Casa Lonja de Sevilla es uno de los tres mejores edificios de oficinas del mundo, junto al Palacio del Dux de Venecia y al edificio Seagram’s de Nueva York.

Lo comparto totalmente.

La tipología que empleó Herrera adapta perfectamente el uso a la forma del edificio.

Cumple a la perfección con la faceta representativa que requiere. Se implanta en la trama urbana de forma contundente, pero de acuerdo con el programa establecido, generando nuevos espacios urbanos de calidad.

Tiene las tres características de la buena arquitectura que enumeró el romano Vitruvio en su tratado: “firmitas, utilitas et venustas”.

Firmeza, utilidad y belleza.

Además, es pionero en el uso del módulo cuadrado, repetido hasta la saciedad posteriormente, como referente en su composición, tanto en planta como en altura. Multitud de edificios que se construyeron posteriormente se inspiraron en éste.

Sin lugar a dudas, es una de las grandes joyas que el paseante perspicaz puede admirar en la Avenida de la Constitución. Sobre lo que pasó durante su construcción hablaremos en otro paseo.

También te puede interesar otros artículos parecidos a Una Paseo por la Avenida de la Constitución (Parte 3): El Proyecto de Casa Lonja en nuestra categoría Qué Ver.

También te interesa:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Tu puntuación: Útil

Subir